Una voz susurrante, que te canta al oído palabras de consuelo, palabras de sosiego, palabras que calman temores y problemas. Unos brazos que te acunan, y con mimo calientan la piel erizada de tu cuerpo, que mecen las lágrimas derramadas y las que aún están por derramarse. El aliento de una boca plagada de ternura, que con devoción cura los surcos de unas cicatrices pasadas, presentes y futuras.
¿Y qué más? Un vela de frambuesa, crepitando entre estertores que anuncian el fin de la cera, el fin de la mecha, el fin de la llama.
Mi niño no quiere comer; dice que no le hace falta, que con el agua, el aire y el sol a él le basta.
Mi niño no quiere dormir,
dice que no necesita
cerrar los ojos para
soñar cosas bonitas.
Y no quiere hacerse mayor,
eso le da mucha pena. Ya sabe que hacerse viejo es tener más problemas.
Y no quiere oírme cantar,
no le gustan mis canciones. D
ice que son siempre tristes
y tiene razón.
Ay, ay, ay,
tiene razón.
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