"Cuando desperté tenía mucha sed, la garganta reseca me dolía, por lo que necesitaba beber algo con urgencia. Pero sabía que el agua no calmaría mi ajada garganta... Y entonces lo vi; vi a mi pequeño Julien sentado frente
a mí, con el miedo dibujado en el rostro. Sus pequeñas manitas agarraban con torpeza el sucio conejito al que él con cariño llamaba Orejotas, y una enorme lágrima clara estaba a punto de desbordarse por su mejilla. Pero algo llamó mi atención por encima de todo eso... Su sangre. Noté cómo aquel néctar carmesí fluía deprisa por
sus venas, alentado por su acelerado corazón, y no pude contenerme. Me abalancé sobre él, y su cara asustada tornó en pánico. Aquella reacción no era natural en ninguno de los dos: yo era su madre, no debía temerme; y él era mi hijo, ¿por qué sentía aquella necesidad de desangrarlo? No me dio a tiempo a responder. Cuando quise ser consciente, mis dientes acababan de perforar la fina piel de su cuello, y la vitae caliente de mi niño Julen, calmaba la quemazón que inundaba mi garganta; absorbí con sazón hasta la última gota
de su pequeño cuerpo, dejándolo vano, seco, vacío de sangre y vida.
- Arráncale el corazón. Sé que lo estás
deseando. - Oí esa voz tras de mí.
Esta vez no fue una orden, podría
haber ignorado aquella rasposa voz que me incitaba a destrozar el cuerpo de mi niño, pero no lo hice. Sin volver a pensarlo, siguiendo sólo un instinto que había nacido de pronto en mí, introduje mi mano en
el frágil pecho de mi hijo y le arranqué el corazón, aún caliente y palpitante, y embebí hasta la última gota de aquel denso y dulce líquido que otrora había dado vida a mi retoño. Bebí hasta saciarme, hasta que sólo quedó una cáscara de músculo inservible entre mis ensangrentadas manos y un macabro espectáculo a mis pies. A mis espaldas, la voz habló de nuevo satisfecha.
- Bien, mi niña, vas por buen camino."