lunes, 20 de febrero de 2017

Pedro, el lobo y Anna.

Érase una vez un joven pastor llamado Pedro, el cual se pasaba la mayor parte de su tiempo paseando y cuidando de sus ovejas por los campos de un pequeño pueblo. Todas las mañanas, muy temprano, salía a la pradera con su rebaño, y así pasaba su tiempo y ganaba algo de dinero para mantenerse a final de mes.

Muchas veces, mientras veía pastar a sus animales, sentado sobre la hierba húmeda, Pedro pensaba en las cosas que podía hacer para divertirse y matar las horas que tenía que soportar sólo en las praderas. Un día, aburrido de no hacer nada más que mirar y cuidar a sus ovejas, mientras descansaba debajo de un árbol, tuvo una idea. Decidió que pasaría un buen rato divirtiéndose a costa de la gente del pueblo que vivía por allí cerca así que, sin pensarlo dos veces, cogió aire, y comenzó a gritar con todas sus fuerzas:

- ¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo!

La gente del pueblo, alertada, dejó sus quehaceres, cogió lo que tenía a mano para usar a modo de defensa, y se fue a auxiliar al pobre pastor que pedía a gritos ayuda. Pero cuando los vecinos llegaron hasta allí, descubrieron que todo había sido una broma pesada del joven Pedro, que se deshacía en risas por el suelo. Los aldeanos se enfadaron y decidieron volver a sus casas… Todos menos Anna, una pobre niña que, inocente y dadivosa, se acercó hasta Pedro, y con toda la buena voluntad del mundo, le tendió una mano para levantarlo del suelo.

- Seguro que el lobo se ha cansado de atacar a las ovejas, y ahora se dedica a hacer cosquillas a la gente, ¿a que sí? Por eso estás aquí tirado, muerto de risa. ¡Ten cuidado la próxima vez! – Y con una cándida sonrisa, la niña se despidió del pastor que no podía parar de reír por la ocurrencia Anna.

Cuando todos se habían ido, al pastor le hizo tanta gracia la broma que quiso repetirla. Así fue que cuando vio a la gente suficientemente lejos, volvió a gritar:

- ¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo!

La gente, volviendo a oír los gritos de ayuda del muchacho, empezó a correr a toda prisa, pensando que esta vez sí que se había presentado el lobo feroz, y que realmente el pastor necesitaba de su ayuda. Entre ellos, Anna, la más pequeña de todos, corría todo lo que sus cortas piernas le daban de sí. Antes de llegar, las prisas traicionaron a la joven que, sin reparar en los peñascos del camino, tropezó y cayó de bruces contra el suelo. Su vestido, hasta ahora blanco como el nácar, se embarró de tierra; sus rodillas pulcras se llenaron de rasguños; y sus manitas, que quisieron amortiguar la caída, acabaron llenas de sangre por los cortes que las piedras le habían provocado.

Pero al llegar donde estaba el pastor, los aldeanos se lo encontraron de nuevo por los suelos, riéndose de ver cómo habían vuelto a auxiliarlo. Anna, con lágrimas que pretendía retener en sus enormes ojos verdes, se acercó de nuevo hasta el pastor, y volvió a tenderle la mano. No dijo nada, pues no quería que la voz se convirtiera en un quejido de dolor, así que con la mayor de las sonrisas que consiguió articular, levantó a Pedro del suelo, le sacudió la tierra de los pantalones con cuidado de no mancharle con su propia sangre, y se despidió regalándole una sonrisa de consuelo. Esta vez, el enfado de los vecinos, creció aún más, y se marcharon resignados por la mala actitud del pastor que además había provocado la caída de la ingenua niña que poco entendía de aquello.

A la mañana siguiente, mientras Pedro pastaba con sus ovejas por el mismo lugar, riéndose al recordar lo que había ocurrido el día anterior, llegó a la conclusión de que aún le quedaba mucha mañana por delante, y creyó oportuno repetir la jugada, pues lo que para los vecinos había sido una broma pesada, de mal gusto y un susto terrible, para el pastor, había sido una manera de hacer tiempo, reírse y entretenerse en sus aburridas mañanas de pastoreo. Estaba a punto de comenzar su llamada de auxilio, cuando escuchó un extraño ruido que provenía de unos matorrales.

No le dio tiempo a hacer nada más que echar a correr, cuando un enorme lobo gris se abalanzó sobre él con la intención de servírselo como desayuno. Al ver que el animal se le acercaba más y más, empezó a gritar desesperadamente:

- ¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo! ¡Que va a devorar todas mis ovejas! ¡Auxilio!

Pero sus gritos fueron en vano. Ya era bastante tarde para convencer a los aldeanos de que lo que decía era verdad. Los vecinos, habiendo aprendido de las mentiras del pastor del día de antes, esta vez hicieron oídos sordos, y dieron por sentado que aquello no era más que otra broma. Pedro, sin poder hacer nada, encaramado en lo alto de un árbol, estaba siendo testigo de cómo el lobo iba devorando y acabando con la vida de todas y cada una de sus ovejas, que poca culpa tenían de las mentiras de su amo.

- ¡Socorro, el lobo! ¡El lobo!

Pero los aldeanos siguieron sin hacerle caso, todos excepto una… Cojeando, con vendas en las manos y un nuevo vestido blanco, pulcro y sin mácula, Anna corría camino arriba con el claro objetivo de ayudar a Pedro. Con su enorme sonrisa en los labios, y disimulando el dolor que aquella carrera le estaba provocando, esperaba encontrarlo en el suelo como el día anterior, muerto de risa por las cosquillas que aquel malvado lobo le había provocado ya dos veces. Pero, al llegar a la pradera, no fueron risas lo que se encontró. Un lobo enorme, con el hocico ensangrentado y lleno de los restos de las pobres ovejas que ya había podido destrozar, la miraba con expectación en los ojos.

Y así fue como Pedro pudo ver en primera persona, desde lo alto de la copa de su árbol, como el lobo se abalanzaba sobre el pequeño cuerpo de Anna, que indefensa, llena de vendas por las caídas del día anterior, con una mueca de dolor, miedo y terror, miraba a los ojos del pastor mentiroso y cobarde que no hizo ni el ademán de bajarse de su refugio. El vestidito blanco, se tiñó de rojo carmín, la sonrisa eterna de la niña murió entre dentelladas de verdad, y las mil heridas que había provocado Pedro el día anterior, se convirtieron en algo casi anecdótico para la pobre niña que había encontrado aquel calvario únicamente por querer ayudar, proteger y acudir en auxilio de aquel que pedía salvación.

Cuando el lobo se hubo cansado de zarandear a la pequeña Anna, y tras cargarse entre los dientes el cuerpo de alguna oveja que le serviría para cena, Pedro fue capaz de bajarse de su árbol, y acercarse al cuerpo jadeante de la niña, que a duras penas conseguía respirar entre borbotones de sangre. Antes de soltar su último aliento, Anna fue capaz de articular:

- Tranquilo Pedro, el lobo ya se ha ido, lo he espantado para ti... Pero ¿sabes? Yo pensaba que las cosquillas dolían un poco menos... -  Y con una sonrisa que no le llegó a los ojos, Anna expiró por las mentiras de un pastor que jamás se mereció ni uno de los arañazos que la niña Anna sufrió por él. 


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Moraleja: Las mentiras pueden parecer útiles, divertidas, rentables, prácticas, apropiadas o beneficiosas para ciertos fines, pero... Cuando quieres darte cuenta, tus propias mentiras te han comido, y las palabras "mentira", "excusa", "pretexto", "subterfugio", aparece grabadas como neones de un club de carretera en la frente de los que se creen que la gente es imbécil. En la vida real, el precio no son unas pocas ovejas esqueléticas; por desgracia, en la vida real el precio son personas de verdad, personas que valen mucho más que un saco de lana o un montón de pellejo. Personas que, como Anna quieren y aprecian a aquellos que juegan con la verdad, con los sentimientos y el cariño, y se aprovechan de ello para arriesgarlo a su favor. Porque las mentiras duele, las mentiras hieren, las mentiras matan, igual que mataron a Anna. Mataron la inocencia, mataron la bondad.

Y la buena voluntad de Anna acabó con su vestido blanco, 
pulcro y sin mácula. 

sábado, 11 de febrero de 2017

La gran broma final


"Y cuando sabes que algo puede ir mal,
estallará delante de ti.
Cuando no es posible ser feliz
y te asustas como un animal,
es el día de la gran broma final."

lunes, 6 de febrero de 2017

Inspiratio III

Reencuentros que saben a canción... A una dedicatoria esperada; a carnavales sin disfraz, pero sí con la sonrisa producto de las palabras adecuadas en el momento más necesario. 


La respuesta siempre será así,
no hay alternativa.
Si la hubiera no me gustaría.
Mira la ciudad por la ventana 
de la cafetería,
y me dice que sonría.
Sé que ella quisiera regalar 
sus superpoderes,
igualarse a los demás.

La mujer de verde 
se ha vuelto a poner el traje 
para rescatarme.
¿Qué sucederá cuando las balas no reboten,
y los malos sean más fuertes,
y volar no sea tan fácil, 
y conozcan nuestros planes? 

Dame una señal.
Yo buscaré un disfraz 
de carnaval.
Encontraremos algo en el desván.
Prometo no estorbar

La mujer de verde 
se ha vuelto a poner el traje 
para rescatarme.
¿Qué sucederá cuando las balas no reboten,
y los malos sean más fuertes,
y volar no sea tan fácil, 
y conozcan nuestros planes? 

Hazme una señal.
Yo buscaré un disfraz 
de carnaval.
Encontraremos algo en el desván.
Prometo no estorbar

Tú dame una señal
Yo buscaré un disfraz.